" Los falsos carismáticos se apropian de sus falsos carismas. Se jactan de ellos. Se preocupan de hacerlos aparecer y de «darles valor». Crean grupos y círculos cerrados de seguidores semejantes a ellos, que tienden a la confusión, al cisma y a la herejía. Se apoyan en sí mismos y no en la gracia de la Iglesia. Sus seguidores hacen con insistencia publicidad de las virtudes de sus jefes, para ir a la caza de nuevos seguidores y para hacerse conocer como discípulos de tan ilustres maestros. Su ostentación enferma de religiosidad y su hipocresía se distingue de lejos, porque es un síntoma común de la enfermedad, que siempre y en todo lugar está presente en el interior de la historia de la Iglesia. Pronto o tarde llega a la luz cuánto de verdad tienen sus profecías y cuánta seriedad tienen sus tan propagadas virtudes.
En contraposición con los engañados, que están impresionados por su superioridad espiritual, que con todo sacrificio quieren salvaguardar y hacer que aparezca, existen los verdaderos humildes y llenos de gracia, que se nutren y se desarrollan espiritualmente en el interior de la Iglesia, viviendo «en unión con todos los santos».
Éstos no se tienen en consideración a sí mismos. Se consideran basura. Por eso, aceptan los carismas, los conservan sin destruirlos y los mantienen sin conocerlos. Se preocupan de los demás con ternura infantil y, al mismo tiempo, divina. Son la gloria de la Iglesia y el consuelo del mundo entero.
Como Dios hace llover sobre justos e injustos, así también ellos no separan a los justos de los injustos. No consideran a algunos buenos y extraños de ellos y de los demás. Por otra parte, no mantienen a sus familiares como extraños, perdidos y atormentados, desde el momento en que se consideran también a sí mismos perdidos e indignos.
Están imitando, en realidad, al buen Pastor, que ha venido a buscar y salvar a la oveja descarriada. Jamás han pensado tener algún carisma. Siempre se ven así mismos completamente indignos. Ésta es su firme convicción y su fe, que se identifica con su yo más profundo. Por eso transmiten un reflejo de gracia. Hacen presente la bendición del Espíritu. Te convencen con su existencia, que es genuina y verdadera, con su comportamiento y con sus movimientos, que no los controlan porque son movidos por Dios. De este modo revelan al Dios invisible y hacen más cercano al no cercano y al inaccesible. Hacen al monte Atos santo y grande teológicamente. Cuanto más estás con ellos, tanto más te entusiasma."
Carisma e institución en la Iglesia ortodoxa BASILIOS GONDIKAKIS, superior del monasterio de Iviron, en el monte Athos.
Durante el VI Simposio Intercristiano en la metrópoli ortodoxa de Veria, en Grecia.
Revista de espiritualidad (61) (2002), 539-550
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